sábado, 19 de agosto de 2017
POBRES SIN LISTA DE ESPERA
- Carmelaaa, su pobreee...!!
Este grito fuerte pero amable, dado por una vecina, era posterior a los dos moderados golpes que una mano abierta había hecho sonar sobre la puerta de aquella casa en la que convivíamos varias familias de gente humilde y trabajadora.
- Mira a ver quién es --me decía mi madre, para asegurarse mejor.
- Mamá, es Antonio, --le respondía yo tras comprobarlo.
- Dile que si trae la ollita.
- Sí, la trae.
Estas breves preguntas le eran necesarias a mi madre para decidir cómo ayudar a aquel pobre indigente que con frecuencia pedía limosna de casa en casa en aquellos años penosos de la posguerra. En realidad era ya casi una costumbre y todos los mendigos que llamaban a la puerta se los derivaban a mi madre como cosa de ella. Y no sé el motivo, porque el nivel económico era igual de escaso en las cuatro familias de la casa. Pero era cierto que mi madre era muy compasiva con los pobres callejeros.
La ollita era un pequeño recipiente que mi madre le había proporcionado a Antonio y que le había servido a mi padre un año antes para llevarse la comida a su trabajo, como casi todos los trabajadores hacían por entonces. En bastantes ocasiones, mi madre ayudaba a sus pobres con "una gorda", una moneda de diez céntimos que era casi lo más que podía aportar, pero, a veces, ni eso; por lo que había acordado con Antonio que en la "ollita" le echaría dos cazos de nuestra propia comida del almuerzo.
Mi hermano, o mi hermana, o yo mismo, cogíamos la ollita de Antonio en la puerta de la casa, que el pobre nunca traspasaba por prudencia, y mi madre hacía la operación "trasvase" en la cocina, ante nuestros ojos inquietos por saber cuánto iba a quedar después para nosotros en la olla familiar en la que casi nunca sobraba nada. Antonio, aquel hombre delgadísimo y resignado con su situación de extrema pobreza de la que nunca iba a salir, acogía cuidadoso entre sus manos aquel pobre alimento como si fuese un presente y, sentado en el escalón de la puerta, consumía con agrado aquella parte del guiso que mi madre había apartado para él.
- Que Dios se lo pague, --así de agradecido terminaba Antonio al despedirse.
Un par de años después, le dejamos de ver pidiendo por las calles del barrio. Quizás murió en algún rincón acosado por una tuberculosis no tratada o encerrado en la cárcel como víctima de la ley de vagos y maleantes que se le aplicaba a los mendigos de entonces.
Ahora, con la crisis mundial, la reforma laboral y el saqueo permitido a los mandantes públicos, parece que hemos retrocedido más de cuarenta años. De nuevo tenemos una millonaria clase de trabajadores pobres, que crece a diario, sin lista de espera, y cuyo escaso salario no les da ni para el sustento familiar ni para alquilarse una habitación, aunque las cáritas, los bancos de alimentos y los comedores sociales están evitando el lamentable peregrinaje de pobres pidiendo a puerta fría como antaño.
Han pasado ya muchos años y en este verano interminable recuerdo conmovido el cariñoso trato que con los pobres tenía mi madre y en su honor hago este veraz relato, que es el mínimo homenaje que como hijo le puedo tributar en estas líneas escritas, tantos años después, con todo el corazón.
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Gracias por ese conmovedor articulo "Pobres sin lista de espera", que me ha traido a la memoria (y al Corazon) la figura de mi santa madre que, al igual que la tuya, le guardaba siempre una "ollita" de comida a los indigentes de la epoca
ResponderEliminarGracias por leer, pensar y opinar.
ResponderEliminarAlfonso: Apenas nos habíamos tratado. Unos pocos recuerdos de cuando estabas en Personal en la Westing poco después de que entrara en la empresa allá por mediados de los '70. Recuerdo que eras hablador y cordial en un entorno de gente adusta, como la "Gestapo" (nombre que le daban al departamento muchos) exigía. Por entonces conocí a Mari Carmen, tu llorada hermana, y la mejor compañera de trabajo que nunca tuve. Si hay algo de positivo en su ausencia es que fue mi llamada a ella que tú atendistes, la que me hizo saber, por casualidad del destino, que estaba en el hospital, aparentemente recuperándose de su operación. Te pedí el número de habitación y sin demora al día siguiente fuí a verla. Estaba consciente y pudimos charlar un rato a pesar de su estado. incluso tuvo unos momentos para ver alguna foto y video de mi nieta. Lástima que nos interrupieran diciendo que no podía estar después de la hora de la visita... porque no la volví a ver con vida. Ni me recordabas en el funeral de tu madre Carmen, aunque habías oído hablar de mí. En el de tu hermana, ahora hace siete meses, hablamos largo rato y mencionastes este tu blog. Has tenido la atención de llamarme hace unos días y voló el tiempo en sintonía de sentimientos. Este relato me ha descubierto también a una buena persona con capacidad de expresarlo. Yo también tuve una madre generosa con los menos afortunados, de una manera natural y sin creencias que lo demandaran como inversión especulativa para la eternidad incierta. Te felicito, amigo Alfonso. Seguiré leyendo tus poemas en sentida prosa.
ResponderEliminarAmigo Montes, soy tan primario en informática que la respuesta a tu comentario me ha salido fuera de su sitio. Disculpa mi torpeza.
EliminarCon esta prolongada crisis, o lo que sea…, estamos viendo miserias económicas parecidas a los años 40 cuando estaba recién terminada la gran GUERRA CIVIL de España. Yo, aunque era pequeño (nací en el 33), la recuerdo todavía bastante bien. Mujeres famélicas circulando por las calles mendigando las sobras de comida de las familias más acomodadas para llevar a sus hijos pequeños algo que comer. Niños raquíticos y esqueléticos. Hombres enfermizos solicitando un mísero trabajo para que su familia pudiera sobrevivir. El pan escasísimo y racionado. Bueno, para qué recordar… Ahora, todavía no hemos llegado a tanto, pero nos estamos acercando bastante, y tú, amigo Alfonso, lo expones a la perfección. Tú relato del pobre Antonio con la “ollita”, que la generosa Carmela le había proporcionado, es conmovedor. Pienso que ahora los que lo están pasando peor son los que han venido a menos después de una vida bastante acomodada. Podíamos decir que son los que antes se les llamaba “pobres vergonzantes”. Perdieron su trabajo, ya no tienen edad para que alguien los vuelva a contratar, y tampoco tienen padres para que les ayuden con sus pequeñas pensiones. Alfonso, me has hecho recordar aquellos tiempos reprobables, porque yo nací antes de la guerra. JGM
ResponderEliminarYo era un niño por entonces pero el caso de Antonio, el de la ollita, no se me olvidado nunca. Todavía me pregunto cuál sería su fin. Todavía no hemos llegado a tanto gracias a las cáritas, pero indudablemente la cosa pinta muy mal para los pobres, con trabajo o sin él
EliminarGracias por tu comprensión y tu afecto que se trasluce, una vez más, en este comentario tan sentido.
Gracias, amigo, ha sido tan inesperado y doloroso el trance que todavía no me he recuperado. El trastorno de estos meses ha sido tal fuerte que no recuerdo algunas conversaciones y presencias tan gratas como la tuya.
ResponderEliminarNuestras madres y, lógicamente, nuestras hermanas nos han ido dando lecciones y ejemplos muy valiosos, inolvidables.
Gracias por tus palabras de aliento y cariño y gracias por leer, pensar y opinar.
Tenga en cuenta, D. Alfonso, que sin pobres no habría ricos y que la eliminación de la pobreza en la sociedad deviene, por tanto, en una radical y peligrosa actitud antisistema, subversiva y desestabilizadora. Tenga en cuenta que la existencia de los pobres es imprescindible para la práctica de la caridad, dudosa e hipócrita virtud que da acceso directo al reino de los cielos a quienes producen y consienten, por acción u omisión, la pobreza.
ResponderEliminarA lo largo de la historia (desde Lucas 3:11 –“El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo”– hasta hoy), la lista del limosneo es cruel y farisea. Cuando el Antonio de tus recuerdos llamaba a la puerta de tu madre, con toda seguridad había llamado antes la virgen portátil en su caja de madera con la lista de vecinos escrita en el lateral y la hucha a la vista; tal vez tú o tus hermanos habríais trasladado a la familia el “voluntario” pedido del maestro para los negritos o los chinitos vía Domund; quizás habría aparecido en el lugar de trabajo de tu padre un caballero mutilado o alguna dama de Falange exigiendo el impuesto revolucionario del Auxilio Social; probablemente el párroco del barrio se habría dejado caer o estaría próximo a hacerlo para aceptar una invitación forzada al almuerzo o la cena familiar; no sería extraño que tal o cual cofradía trasladase a tu familia la necesidad de donar para dotar al ídolo procesional de un nuevo manto bordado en oro y plata... Así que dudo que Antonio pudiera recoger su ollita, arrebatada en múltiples ocasiones por caridades oficiales y oficiosas, con la frecuencia y la urgencia de su mundanal estómago necesitado.
Son gente de orden y católicos, mas no cristianos, quienes han subvertido el orden, a raíz de la estafa que ellos mismos han perpetrado llamándola crisis, para arrasar la educación pública, devastar la sanidad, asolar la dependencia y las pensiones e imponer la limosna como salario. Sólo se explica que las calles no hayan estallado por la solidaridad entre los pobres que aceptan a estafadores y corruptos, y los votan, como una plaga divina ante la que nada cabe hacer sino rezar.
Y el miedo, Alfonso, no se puede olvidar el miedo. Miedo divino y humano. Miedo al mito de los infiernos. Miedo al patrón. Miedo a las leyes dictadas por los poderosos. Miedo al poderoso. Miedo al qué dirán. Miedo al qué me harán. Miedo a salir del rebaño. Miedo a permanecer en el establo. Miedo a los ricos. Miedo a la pobreza. Miedo al chorizo que nos roba a diario. Miedo al que nos roba de vez en cuando. Miedo al IBI, al IVA, a la luz, al agua, al teléfono, al supermercado, a la hipoteca, al banco, a la multa, al dentista, al fontanero, al electrodoméstico averiado, al taller mecánico... a cualquier eventualidad que nos haga ver que son de pobres nuestras vidas, nuestras necesidades y nuestros salarios.
Quien no se consuela es porque no quiere: peor están los africanos, los de Europa del Este, los asiáticos o los sudamericanos. Hacia esas realidades nos llevan. A esas pobrezas vamos.
Tu comentario, Verbarte/ es una obra de arte/ transmites más que transmito/ No te conozco y te veo/ como un arcángel ateo/
Eliminarque con flamígera pluma/ espantas miedos y brumas/ A tí me rindo contrito.
Gracias, Anónimo, por leer, pensar y opinar
ResponderEliminarQuisiera si fuera posible que me dejase su email, necesito hablar con usted de un asunto importante.
ResponderEliminarEstimado Anónimo: Por privacidad, no debo publicar mi email, creo que es mejor que usted me envíe el suyo en un nuevo comentario que no haré público respetando su privacidad, pero así podremos contactar y hablar de ese tema.
EliminarGracias